Aire en Bogotá


En la carrera Séptima con 53 está ubicada una de las 13 estaciones de monitoreo del aire con que cuenta Bogotá. “Podríamos sobrevivir entre 30 y 45 días sin comer, hasta una semana sin beber agua, pero no más de dos o tres minutos sin aire. ¡Cuídalo!”, se lee a un costado de la estación.
Bogotá lleva varios años luchando por limpiar su aire. Entre los años 2009 y 2012 la concentración promedio anual de las partículas más grandes, PM 10, se redujo progresivamente en un 20%. Sin duda una mejora. Pero no se puede olvidar que la norma anual para esas partículas grandes está establecida en 50 ug/m3 y la ciudad va en 48 ug/m3.
La mala noticia es que esa medida no es la que nos dice si el aire que respiramos nos está matando o no. De acuerdo con lo que Beelen explicó en una entrevista a este diario, su estudio no encontró una asociación entre PM 10 y mortalidad. Las que están quitándonos meses de vida a todos son las partículas más diminutas: PM 2.5. Y, de esas, desafortunadamente no hay casi datos. Sólo una de las 13 estaciones de Bogotá las mide: la estación de Kennedy.
De acuerdo con el último reporte de la Secretaría de Ambiente, el promedio anual en esa zona de la ciudad es 28 ug/m3, tres puntos por encima de las normas europea y colombiana. Y según el estudio “La calidad del aire en América Latina”, realizado en 2011 por el Clean Air Institute de Washington, ese promedio para Bogotá fue de 35,1.
Si Beelen no se equivocó ni tampoco lo hizo la Sociedad Americana de Cáncer, esas cifras significan que todos en Bogotá estamos en un riesgo mayor de morir de “muerte natural”.
Carolina Wiesner, subdirectora de investigaciones del Instituto Nacional de Cancerología, añade un dato preocupante: en octubre de 2013 la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer decidió clasificar el aire contaminado que se respira fuera de los hogares dentro del Grupo 1 de sustancias cancerígenas.
Rafael Chaparro, de la red de monitoreo de calidad de aire de Bogotá, explica las fuentes de este desastre. En cuanto a fuentes móviels, el mayor emisor son los buses y las busetas. Sólo corresponden al 1,4% de la flota, pero aportan el 39% del material particulado. Siguen los camiones, que aportan 33%, y en tercer lugar están las motos, con 20%. En cuanto a las llamadas fuentes fijas, el dedo apunta a los hornos ladrilleros (48%) y las calderas de empresas que funcionan con carbón (25%).
Chaparro cuenta que un estudio elaborado por la U. de los Andes ayudó a definir, entre 54 estrategias, las cinco que más impacto podrían tener en reducir esas cifras: instalar sistemas de control de emisiones en industrias, vehículos de carga, motos y en transporte público, además de convertir las calderas de carbón o gas.
“Necesitamos políticas más estrictas sobre el material particulado, mejores redes de monitoreo y diseñar las ciudades para abrir más áreas verdes”, sugiere Wiesner.
Francisco Leal, experto en modelos de calidad de aire con maestría en la U. de Wageningen (Holanda), añade una lista más larga de tareas para las ciudades: sistemas de control de emisiones, buenas prácticas de conducción, promover el transporte con energías limpias, dar mayores incentivos para vehículos híbridos y eléctricos (incluidas motocicletas), facilitar estilos de vida sostenibles y crear centros peatonales y redes de ciclorrutas.
Pero hay una opción más fácil: cambiar el significado de “muerte natural” y no seguir como si nada estuviera pasando.

tomado de http://www.elespectador.com/noticias/medio-ambiente/muerte-natural-o-el-aire-de-bogota-articulo-469468

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