La frontera hacia lo humano
Decía Teilhard de Chardin que la evolución tiende hacia una mayor conciencia y hacia una ascensión progresiva del psiquismo, no desde el punto de vista piadoso espiritualista, sino basado en observaciones concretas, hechas a partir del desarrollo craneal que observó en los diferentes tipos humanos y sustentado en los vastos conocimientos de anatomía comparada realizados por el anatomista alemán Franz Weidenreich.
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Franz Weidenreich
Edenkoben Alemania 1873 Nueva York EE UU 1948
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Teilhard también basó esta afirmación sobre los hallazgos del desarrollo del encéfalo en el mundo animal, contribuyendo así al desarrollo de la paleoneurología 1. Los huesos de la caja craneana se fueron transformando lentamente con el paso del tiempo por la adquisición de un mayor tamaño a medida que aumentaba el tamaño del cerebro. Esta secuencia fósil es una prueba adicional en la evolución del hombre a partir de animales inferiores.
Weidenreich incluyó bajo la denominación deHomo sapiens al hombre de Neanderthal, alSinanthropus pekinensis de China, y alPithecanthropus erectus de Java, por argumentos de continuidad genética y morfológica, confirmados posteriormente por Theodosius Dobzhansky. La vasta evidencia de complejos estudios de anatomía comparada y estudios de restos fósiles, permitieron postular inicialmente que el hombre surgió a partir de un simio antropoide arborícola en alguna parte del Africa meridional.
Pero no hay un punto donde trazar la línea divisoria entre protohomínidos y Homo sapiens donde encaje el «eslabón perdido» propuesto por Ernesto Haeckel, ya que tal parece que son varios, de acuerdo al mejor retrato evolutivo que ha perfilado la taxonomía molecular. Esta discusión sobre el o los mal denominados «eslabones perdidos», podría considerarse como una «escaramuza taxonómica», que podría ser zanjada con una definición funcional del hombre, que el antropólogo Weston Labarre propone «como el primer antropoide bípedo capaz de poseer el fuego y los utensilios» 2.
Sin embargo, la perseverante investigación de Jane Goodall en Gombe, Tanzania, mostró que los chimpancés eran capaces de emplear herramientas, como cuando emplean una rama con determinada flexibilidad para sacar termitas de lo profundo de su madriguera; o cuando mastican hojas hasta cierto grado y la usan como esponja para sacar líquidos de las oquedades de un árbol.
Citando nuevamente a Darwin en el «Origen de las especies«:
«En el capítulo de la sucesión geológica intenté demostrar según el principio de que generalmente cada grupo ha diferido mucho en carácter durante el proceso largamente continuado de modificación, como es que las formas de vida más antiguas a menudo presentan ciertos caracteres que en cierto grado son intermediarios entre grupos existentes (…) Como unas pocas de las formas de vida viejas e intermedias han transmitido hasta el día actual descendientes poco modificados, estos constituyen nuestras llamadas especies indecisas o anómalas. Cuanto más anómala es una forma, mayor debe ser el número de formas vinculadoras que han sido exterminadas y se han perdido completamente » 3.
Según la selección natural, debió haber existido una gran cantidad de formas intermedias que vincularan a todas las especies de un grupo de una forma semejante a la de las variedades actuales, pero que no se encuentran por falta de expansión del registro geológico.
Un largo camino a la bipedestación
Al tratar sobre la cuestión de la bipedestación del hombre, se considera como los antropoides ancestrales descendieron de los árboles a la tierra deseosos de expandir su régimen alimenticio, argumento insuficiente a las luces de que sería difícil para tales antropoides renunciar a una alimentación frutal ya disponible y la seguridad que los bosques ofrecían.
Según la ley de Depéret, el éxito de aquellos intrépidos antropoides que se atrevieron a incursionar en tierra firme, condujo a un aumento progresivo de su tamaño, del mismo modo que ocurrió con el elefante y el caballo. Si fué así, la vida en los árboles se abandonó progresivamente por la incomodidad que suponía para la locomoción 4.
Se conoce poco sobre el rediseño de las estructuras neurales en el paso del cuadrupedestrismo al bipedestrismo: evolutivamente la evidencia demuestra que hubo cambios anatómicos como el acortamiento y ensanchamiento de la pelvis, ajustes de la musculatura de la cadera con el surgimiento de una curvatura anterior de la columna lumbar, el alargamiento de las extremidades inferiores 5, hechos que hacen que los humanos sean «simios de piernas largas, no de brazos cortos».
Nashner -citado por Eccles-, describe los movimientos musculares requeridos en un balanceo anteroposterior inducido artificialmente: las compensaciones más simples activan diversos órganos receptores en especial los de la visión y los mecanismos sensoriales vestibulares; la complejidad surgida de estas interacciones, insuficientemente comprendidas, sugiere cambios muy complejos en el sistema nervioso central cuando los australopitecinos adoptaron la postura erecta 6.
Es conocida la marcha bipedestre de Australopithecus africanus a partir de las huellas fósiles de pisadas halladas por Mary D. Leakey y colaboradores en la llanura de Laetoli, en el norte de Tanzania, que datan aproximadamente de hace 3.6 millones de años 7. Una vez los protohomínidos consolidaron su marcha bípeda, sus manos quedaron libres, lo cual propulsó decisivamente la evolución humana.
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Huellas en Laetoli -Tanzania
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La mano pentadáctila es única en términos funcionales porque hace parte de un complejo funcional con el cerebro y los ojos. Este protohomínido ahora podía usar sus manos para la exploración por prehensión que sumada a la visión estereoscópica le permitió conjugar una sensación múscular con una sensación visual del espacio.
Sin embargo las manos libres no lo eran todo -pues muchos dinosaurios las tenían-, pero les faltaba la inteligencia; el tener un órgano prehensil más una buena dosis de inteligencia pero sin visión estereoscópica, tampoco era suficiente, como es el caso de los elefantes.
Entonces es necesaria la conjunción de órganos de prehensión pareados, libres de toda función locomotriz y situados en el campo visual para que se produzca la evolución del cerebro. La mano humana es una de las contingencias del capital biológico humano y le ha permitido un grado de emancipación que le llevaron posteriormente a la fabricación libre y conciente de herramientas 8.
Perspectiva de escala geológica
Al considerar las cuestiones sobre el tipo de circunstancias que permitieron el desarrollo del cerebro humano, nos vemos enfrentados a un ambiente cuyas condiciones desaparecieron hace millones de años.De acuerdo a la evidencia de la historia fósil, el desarrollo del cerebro fué posterior al empleo de instrumentos de piedra. La transformación de las piedras no manipuladas hasta los objetos de piedra por ejemplo, de la industria acheliense, se considera como un proceso que ocurrió en al menos un millón de años. Existe la evidencia de la piedra trabajada para sustentar la primera parte de esta afirmación, y algunos datos arqueológicos que sugieren el aumento del tamaño de la capacidad craneana debió acompañarse de un aumento concomitante de la complejidad del cerebro. La anatomía comparada carece de normas adecuadas que indiquen como se deben comparar dos muestras de restos fósiles, o como interpretar su anatomía.
Dado que la mente humana es incapaz de abarcar un intervalo de tiempo tan amplio, surgió una dicotomía entre la percepción del tiempo y las limitaciones de la mente humana, dicotomía subrayada por Darwin en 1844, cuando escribió como
«la mente humana no puede comprender el significado cabal del término de un millón o un centenar de millones de años, y en consecuencia no puede percibir los efectos reales de pequeñas y sucesivas variaciones acumuladas casi infinitamente durante muchas generaciones» 9.
Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788) atribuyó a la Tierra una edad de 70.000 años 10 -aunque en el secreto de su gabinete había calculado tres millones de años-, mientras que Immanuel Kant habló en su «Cosmogonía», de centenares de millones de años, sembrando una adecuada base cronológica que se enmarcaba al proceso evolutivo del mundo. Posteriormente, las ideas de los naturalistas y filósofos de la Ilustración en el siglo XVII y los geólogos y biólogos en el siglo XIX, expandieron las fronteras cronológicas del mundo conocido.
En los albores del siglo XX la ciencia oficial aún aceptaba la creencia de Lord Kelvin cuando afirmaba que la Tierra llegaba a una edad de solo cien millones de años, y que los mamíferos habían suplantado a los dinosaurios hacía tres millones de años y no 65 millones. La concepción de una Tierra creada tan recientemente no admitía la explicación de una lenta acumulación de mutaciones para la explicación de la variabilidad de la vida sobre el planeta, hasta que sobrevino la acepción del tiempo bajo la óptica de mayores edades geológicas. El hecho de aceptar tiempos de millones y de miles de millones de años ha permitido que el hombre se emancipe de la concepción antigua de un mundo cuyo cronograma era de miles de años y concomitantemente, se pueda ver a sí mismo en la óptica del desarrollo evolutivo a través de esta misma escala, de millones de años.
Es difícil la comprensión de estas cifras cronológicas si tiene en cuenta que los períodos biológicos son cortos, que solamente hasta esta centuria ha sido posible mejorar la esperanza de vida de la especie -aunque no de manera uniforme- y que solo con el desarrollo de técnicas cronométricas tan avanzadas como el cálculo de la vida media de algunos radioisótopos ha sido posible ampliar el panorama cronológico de la vida en nuestro planeta hasta los 4500 o 4600 millones de años. E.C.H. Silk 11 y R.S. Barnes hacia 1950 descubrieron los surcos por fisión en cristales de mica, cuando ésta se exponía a la radiación de elementos pesados. Este hallazgo permitió posteriormente a Robert Fleischer, P. Buford Price y Robert Walker 12 el desarrollo del método denominado «datación por surcos de fisión» (Fission-track dating), basado en la producción de surcos/estelas en las rocas terrestres y los cristales naturales expuestos a Uranio-238.
El proceso de formación de surcos en estas sustancias implica la ruptura de enlaces químicos por los fragmentos energéticos pesados resultantes de la fisión del238U que pueden dañar la red cristalina dejando surcos microscópicos cuyo tamaño es de 10 a 20 micrómetros dependiendo del mineral.
Al estudiar la calcita -el cristal hexagonal que forma carbonato de calcio- hallado en los huesos de Australopithecus, y evaluar si los surcos en los cristales podrían datar la fecha de la restos se encontró una baja densidad, sugiriendo que estos restos no concordaban con la antigüedad que otras evidencias indicaban, debido a que los surcos de la calcita se pueden borrar en períodos de millones de años. Sin embargo, al aplicar este método a minerales como la mica y el cuarzo, se confirma una antigüedad superior a los tres mil millones de años para estos minerales.
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Alfred Wegener
Berlín, 1880 – Groenlandia, 1930
Crédito de imagen:
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Hacia comienzos de este siglo, Alfred Wegener13 planteó la teoría de la deriva de los continentes, que fué confirmada hace unos cinco lustros por la teoría de la tectónica de placas, de acuerdo a la cual la plataforma oceánica que representa más de dos tercios de la superficie sólida del planeta, está siendo creada constantemente por flujos de lava del interior de la Tierra, confirmando así el desplazamiento de las masas continentales.
La teoría de la tectónica de placas y la determinación cronológica por la medición de la vida media de radioisótopos, con el estudio de proporciones de elementos como samario/neodimio en rocas descubiertas en Isua, Groenlandia, dan a la Tierra antigüedades de hasta 3.770 millones de años 14. Estas son cifras que orientan a una amplia escala geológica y han expandido el marco cronológico de la Tierra hasta el que hoy día se le atribuye, óptica que coloca la evolución de la especie humana en un punto dinámico.
Al hablar sobre la aplicación de la fenomenología a la existencia del hombre y de comprenderlo en función de su medio ambiente (milieu), se considera al ser humano como el culmen de la evolución, referido desde un punto de vista positivo de la historia del mundo: el hombre ha sido el último en llegar, -desde el punto de vista de la historia natural- es el organismo de mayor dispersión por el globo, es el organismo morfológicamente menos especializado y por su desarrollo más lento ofrece las mayores capacidades de educación, con la consiguiente mayor potencialidad para la modificación de su medio.
Es también el culmen de la evolución desde el punto de vista del desarrollo del sistema nervioso y del cerebro, y por la consistencia del ser humano en que éste es dominado por la función de la información, mientras que los organismos vegetales son dominados por sus funciones de asimilación y los animales por sus funciones motoras que les permitan ir en busca de sustento.
La función de la información -aunque presente en los animales- en el ser humano se ha vuelto una especialidad, la cual le capacita para obtención de información sobre el proceso de la misma información, lo cual define en él una conciencia reflexiva y le lleva hasta la cúspide de la independencia. El sucesivo paso del tiempo le lleva a dar los primeros pasos hacia la socialización, considerada como un fenómeno esencial de la humanidad, prolongando así la evolución biológica hacia un estado superior 15.
En contraposición a este punto de vista positivo sobre la evolución humana, existe el punto de vista de muchos científicos convencidos que la teoría de la evolución suprime la necesidad de una mano guía, de un planificador en el universo. El evolucionista George Gaylard Simpson personificó esta posición al escribir:
» (…) la evolución hace realidad la consecución de un fin sin la intervención de nadie para llevarlo a cabo, lo cual ha dado lugar a un vasto plan sin la acción de un planificador (…)» 16.
La teoría de la evolución parece completa en el sentido que no requieren fuerzas que trasciendan a la ciencia. Aunque el propio Charles Darwin no consideraba al universo existente como un resultado ciego del azar, el hombre se perfila como el producto de una sucesión de acontecimientos accidentales ( ?) ocurridos durante los últimos 4.000 millones de años.
ºPero el estudio de la historia de la vida a lo largo de las edades geológicas muestra un fluír y una dirección en ella, de lo más simple a lo más complejo, de las formas inferiores a las superiores y siempre hacia una mayor inteligencia ante lo cual los científicos se preguntan ¿es posible que esta dirección no haya tenido ninguna dirección, que no haya sido dirigida en una forma ordenada? Parece que este proceso que culmina en la existencia de un ser inteligente que busca sus orígenes como parte de un «plan maestro» dentro del universo es una cuestión como lo menciona Robert Jastrow, «que está más allá del alcance de la comprensión humana, o al menos en este momento, más allá del alcance de la ciencia» 17.
Los científicos de nuestro siglo informan sobre el flujo de acontecimientos que conducen desde la creación hasta el hombre, pero en un sentido teleológico, al querer ir más allá con los «por qué», carecen de respuesta.
Referencias
- & Cuénot C: Ciencia y Fé en Teilhard de Chardin. Plaza y Janés, Barcelona 1972. pp. 42 y ss
- & LaBarre W: L’ animal humain. Editorial Payot, París. 1956. pp. 101
- & Darwin C: El origen de las especies. pp. 445
- & Smith HW: Man and his Gods. Little Brown, Boston, 1952. pp. 355
- & LaBarre W: L’ animal humain. Payot, París. 1956. pp. 102
- Durante la marcha normal se producen informaciones sensoriales aferentes que modulan y controlan la corteza motora, simultáneamente con aferencias de los ganglios basales y el cerebelo. Las contracciones musculares que originan los movimientos de marcha se generan en descargas secuenciales rítmicas de las motoneuronas apropiadas en la corteza motora que posibilitan el control voluntario paso a paso. Los estudios electromiográficos de Jones y Watt en el músculo gastrocnemio humano al bajar por una escalera mostraba como éste se activaba 135 milisegundos antes de que el pié tocara el suelo. Estos autores postulan que en las fases tempranas del paso descendente, el movimiento de la cabeza hacia abajo produciría la contracción del gastrocnemio por las vias retículo y vestibuloespinales, por medio de los otolitos del oído interno. Tomado de: & Eccles JC: La evolución del cerebro: la creación de la conciencia. Labor, Barcelona. 1992. pp. 51-55
- & Leakey MD: Footprints in the ashes of time. National Geographic 1979; 155(4): 446-457
- & Eccles JC: La evolución del cerebro: la creación de la conciencia. Labor, Barcelona. 1992. pp. 50
- & LaBarre W: L’ animal humain. Payot, París. 1956. pp. 104, 108
- & Original de Monroe W. Strickberger: Evolution. Jones and Bartlett, Boston, 1990. pp. 34; Citado por Sagan C, Druyan A: Sombras de antepasados olvidados. Planeta, Barcelona, 1992. pp. 91
- Aproximadamente una de cada dos millones de transformaciones en el 238Uranio es por fisión en lugar de la radiación alfa, este proceso origina emisión de neutrones y dos fragmentos pesados que difieren en masa. En el tiempo geológico el 238Uranio se transforma en 234 Thorio por la emisión de partículas alfa, que no tienen la suficiente energía para formar surcos. La vida media del 238Uranio es de cuatro mil quinientos millones de años. Tomado de Macdougall JD: Fission-track Dating. Scientific American 1976; 235 (6): 114-116
- & Macdougall JD: Fission-track Dating. Scientific American 1976; 235 (6): 114-116, 118.
- & Washburn SL: La evolución de la especie humana. Monografia de Libros de Investigación y Ciencia. Labor, Barcelona, 1979. pp. 128
- Sagan C, Druyan A: Sombras de antepasados olvidados. Planeta, Barcelona, 1992. pp. 95
- & O´nions RK, Hamilton PJ, Evensen NM: The Chemical Evolution of Earth´s Mantle. Scientific American 1980; 242 (5): 96
- & Cuénot C: Ciencia y Fé en Teilhard de Chardin. Plaza y Janés Edit. Barcelona 1972. pp. 108 – 114
- & Jastrow, R: El Telar Mágico. Biblioteca Científica Salvat. Barcelona, 1986. pp. 101
- & Jastrow, R: El telar Mágico. Biblioteca Científica Salvat. Barcelona, 1986. pp. 106
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